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viernes, 28 de enero de 2011

El "pathos" barroco


El èxtasis de Santa Teresa. Màrmol. Gian Lorenzo Bernini
Éxtasis  en una palabra castellana que tiene su origen en la palabra latina  ecstasis;   salir fuera de sí,  “estado del alma enteramente dominada por el intenso y grato sentimiento de admiración”  según el diccionario de la Real Academia;   que  se le ha dado en la historia cristiana de occidente  una connotación religiosa, sobrenatural, inspirada en Dios. Y si vamos a la historia, y la  historia del arte y a la escultura particularmente,  encontraremos dos obras del siglo XVII  que retratan en mármol estos estados extraordinarios. 
Obras del  genial arquitecto y escultor  Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) el "Éxtasis  de Santa Teresa" (1647-1651) y la "Estatua yacente de la beata Ludovica Albertoni" (1671-1674), dos aventuras del arte  concebidas hace mas de trescientos años  hoy todavía nos inquietan;  esos cuerpos  desesperados,  exasperados  bajo sus barrocos ropajes,   anhelantes de sosiego en  un estado pasional,  resultado de una actividad  psíquico fisiológica.  La aventura  mística  en la santa y en la beata comienzan con su intención nupcial,  el “desposorio  espiritual”  con su amado hijo de Dios,   reflejando  su objeto deseado hasta alcanzar el episodio de dimensión sobrenatural,  ya en el terreno de la compleja psicología humana.  Se evidencia entonces  una reacción psíquica provocada por el objeto aprehendido y una reacción fisiológica perceptible en el cuerpo mismo.  La intensidad del amor que parte de la simple observación, pasa por el consentimiento,  la unión,  y desemboca en el rapto, en el éxtasis  como una constante que asciende hasta el límite posible donde se pierde el control.    El episodio místico comprende una serie de sensaciones, desde la normal "suspensión de los sentidos"  hasta el rapto entre el dolor-placer  elevándose el alma en una altísima contemplación con la consecuente suspensión o enajenación momentánea de la actividad corporal.  La escena de Bernini en el “Éxtasis” es la versión éxtatica de las palabras de Teresa,  acompañada de un ángel y  narrando su propia vivencia  mística:

“Veíale, en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me pareció tener un poco de fuego. Éste me pareció meter por el corazón algunas veces, y me llegaba hasta las entrañas, al sacarle, me pareció las llevaba consigo, y me dejaba toda abrazada de un aura grande de Dios”. 

En un altar de la iglesia romana de Santa María dela Vittoria,  bajo una luz irreal, un aura de levitación sacude el cuerpo de Teresa, el ángel como Cupido, de sonrisa indefinida, sostiene cándidamente su fálica flecha encendida apuntándola a ese cuerpo estremecido que deja ver sus formas pletóricas de deseo aún bajo el ropaje abundante e innecesario, los párpados  entrecerrados en un signo de gozo e indefecciòn,  la boca entreabierta,  gloria inmortal del arte barroco, como exhalando el suspiro apasionado,  sus brazos hacia abajo, perdida del todo la fuerza en sensación de  mortal desgajamiento,  recostada y ofrecida a la voluntad del amor extremo; su desnudo pie de piedra parce elevarse a la altura misma de  los placeres.  Muerte  y resurrección del mármol a la vida,  deseo prohibido pero conscientemente recibido. 

Estatua yacente de la beata Ludovica Albertoni.  Màrmol.  Gian Lorenzo Bernini
Y en un altar barroco de columnas marmóreas de la iglesia de San Fracesco a Ripa en Roma, la beata Ludovica tan real como la piedra misma parece desfallecer en su mortal  arrebatamiento entre los barrocos ropajes, las manos tensionadas y dolorosamente asidas al pecho, como queriendo arrancar el invisible rayo que la atraviesa, sufre el último gozo adolorido. Bernini la esculpió en la última etapa de de su vida, con sus avanzados 70 años, es el culmen de la obra escultultòrica del maestro,  el pathos barroco por excelencia. Ludovica si muere en este acto de amor, sus ojos extraviados y  su boca anhelante  parecen contener el dolor del mundo.


Tal vez  muere con ella la representación del ideal místico-religioso de la contrarreforma y de los siglos posteriores,  tan diferente del éxtasis clásico griego, vivido y entendido  como una doctrina  alrededor de  Dionisio,  dios del vino,  inspirador de la locura ritual, de la ebriedad,  proveedor,  por ejemplo,  del éxtasis y de  la euforia secreta de las mujeres en las bacanales de la arboleda de Simila.  Habrá acaso en el siglo XXI  un concepto éxtatico que podríamos llamar neo-dionisismo?   

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