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lunes, 23 de enero de 2012

Echos des fêtes de la cour




Le Château de Versailles en 1722, de Pierre-Denis Martin.

Aisladas del París de comerciantes, burgueses, actores, teatros, óperas y notarios, tres mil personas vivieron, durante más de cien años, el sueño borbónico del poder absoluto. Ese sueño, copiado casi inmediatamente por otras monarquías europeas, fue Versalles, el palacio y la corte de los Luises, con su estricto protocolo, sus secretos y sus intrigas. Todos rodeaban al rey y el rey debía mostrarse a todos. Y de hecho, se mostraba en todo momento: al satisfacer sus necesidades íntimas, al peinarse y afeitarse; incluso al venir al mundo, ya que la corte debía presenciar los partos reales, además del dormir y el despertar. Simple pabellón de caza al principio, luego residencia de recreo destinada a fiestas cortesanas, Versalles terminó convertido en un centro de poder que pretendía reflejar en toda su dimensión el apogeo de la monarquía más poderosa de la Europa del momento.
Luis XIV convirtió la metáfora del soberano como astro rey en su divisa en Versalles. Así, en los jardines que rodeaban al palacio, las distintas esculturas reproducían motivos asociados con Apolo, el dios grecorromano del sol, presentado como una deidad que exige sumisión y distribuye justicia. El palacio se convirtió en un símbolo del absolutismo, creando un modelo arquitectónico que emularían casi todas las dinastías europeas en el siglo XVIII, desde el Palacio Real de Aranjuez hasta el San Petersburgo del zar Pedro el Grande. Consideradas las victorias militares y diplomáticas de la monarquía como un éxito personal, Luis reafirmó su autoridad exigiendo un acatamiento que se convirtió en adoración absoluta. Su instrumento fue el ceremonial de corte, que regulaba con la mayor meticulosidad la relación que los cortesanos debían mantener en todo momento con el soberano. El celo con el que éste cuidaba el mantenimiento de la etiqueta era proverbial. Pero si los demás estaban sometidos a una disciplina estricta, él era el primero en seguirla.

Busto de Jean-Baptiste Lully. Obra de Antoine Coysevox
Giovanni Battista Lully, florentino de nacimiento y de origen humilde, se radicó en París a los trece años. Allí su afán de progreso, su carácter vivaz y su talento le reportaron en poco tiempo renombre como violinista, guitarrista, compositor, cantante y actor. Esto y sobre todo su extraordinaria maestría para la danza llamó la atención de Luis XIV, quien como bailarín apasionado y “profesional” le concedió el honor de bailar a su lado en los Entrées en que tomaba parte. Toda su vida Lully gozó del favor del rey, sólo empañado en los últimos años al descubrirse que había seducido a un paje palaciego, a pesar de las repetidas advertencias de que reprima sus preferencias sexuales. El arte de Lully floreció, y se acrecentaron su poder, privilegios e influencia, otorgándole, cual alter ego de su protector, el aura de un Rey Sol de la música. Incapaz de tolerar la más mínima competencia, hizo uso de su posición dominante contra todos los que pudiesen ponerla en peligro. Con un estilo calificado de directo y brutal incluso por sus partidarios, se malquistó de este modo con Molière, La Fontaine, y gran número de compositores, muchos de los cuales están representados en nuestra selección de piezas extraídas del Manuscrito Philidor de la Biblioteca Nacional de París. Habilísimo negociador, gran organizador, implacable con la disciplina: sus músicos y cantantes debían firmar contratos que establecían quitas por impuntualidad, por cada hora de ausencia a ensayos (hay que admitir sin embargo: Lully pagaba bien), y no pocas veces anuló contratos: “No quiero sopranos que están resfriadas seis meses al año, ni tenores que están borrachos cuatro días sobre siete”. Lully popularizó el Minuet y dio a la Ouverture-Suite 
su forma definitiva.


Extractos de las obras maestras formado por Lully para fiestas, ballets y fuegos artificiales rendido ante la Corte de Luis XIV. (Echos des fêtes de la cour à la galerie des batailles)

Dorothé Leclair, soprano
Benjamin Alunni, baritone
Alain Buet, bass

Capriccio Stravagante
Conducted by Skip Sempé